miércoles, 20 de febrero de 2013



Elena


Elena miraba de lado al perro que su abuelo tenía en las afueras de su corredor. Pensaba y casi sonreía mientras yo, por los grandes ventanales, le daba las explicaciones a su abuelo. Ya cumplía siete años y no lograba decir palabra. Por la imprudencia de su padre, un hombre algo viejo, de ceño fruncido, nariz alemana y labios delgadas, la niña nunca más volvió a hablar, le había contado la historia más increíble del mundo, ella solo creía en un sol, unas que otras miradas y el total silencio que la embargaba, yo sin saberlo ni necesitarlo le estaba brindando técnicas de escritura secreta ya que era lo único que tenía planeado hacer.

Con gran temor, con gran placer y gran orgullo por el silencio de Elena, le sonreía y casi le hablaba con mis ojos y ella con los suyos, dos grandes pompas de burbuja, grises como el anochecer de la montaña más empinada y espesa que ha existido. Fue aprendiendo, casi sin obligarla, a sonreírme sin que le pidiera entender la clave Morse que mi abuelo  me había enseñado, claro, yo tenía mis silencios, mis secretos, mis miradas, solo Elena tenía idea que compartíamos la misma historia, la exacta comedia más dolorosa que un hombre puede contarle a su hija.

Pasaba por nuestras faldas febrero, ella, Elena, lograba descifrarme la alegría de mis años en los febreros de mi vida, éramos como una misma con mentes diferentes, corazones iguales, miradas enteras y es que nadie conoce el total por qué de las cosas pero el que lo va conociendo es feliz, nosotras lográbamos ir sintiéndolo más que saberlo y eso nos hacía sonreír sin necesitar palabras.

Elena no tenía hermanos, era tan sola como yo, su madre tuvo que viajar a Heidelberg, uno de los lugares más hermosos de Alemania, a visitar a su padre que estaba falleciendo y participó, lamentablemente en un fuerte accidente en tren mientras regresaba, ella falleció, Elena no se detuvo a sentir dolores, ella solo quería saber más para continuar con un silencio tan hermoso como su mirar y recordaba esos momentos al verla, yo, fijamente juguetear en su mirar con el perro de su abuelo, Uli, el perro del abuelo, pasaba horas para cantarle con sus ladridos al alba, Elena se sentaba simplemente a acompañarlo, recordando el Norte de la historia que su padre le contó, recordando las letras secretas que yo le había estado enseñando y recordando que debía seguir al lado de su abuelo.

Siegmund, el abuelo de Elena, padre del padre de ella, le había otorgado un dije que habían conservado todas las generaciones de su familia, aguardó al dársela al padre de Elena, Hans, debido a quedar prendido de no esperar para dárselo a su nieta por ser una niña con una mente especial. Esa era la razón por la cual me reuní con su abuelo, debía darle las explicaciones de cómo debía conversar con Elena para que no perdiera el hilo de la conversación, además decidimos prepararle una cena en la cual se guardaría total silencio para mostrarle nuestra gratitud y admiración por su fuerza y decisión de conservar el silencio total a lo largo de su vida, yo, además de haberme preparado un tanto con mi abuelo en idiomas secretos era costurera así que le confeccioné un vestido blanco, simple, con pequeños coloretes verdes.

Elena se probó su vestido, se estacionó, nuevamente, al lado de Uli, espero la noche a como esperaban las madrugadas y tornó paso a la mesa para tomar la cena, un panecillo, un trozo de carne, unas rebanadas de berenjena, dos de zanahoria y un trozo de queso italiano acompañaban su plato mientras se sentía la niña más feliz del mundo, había cumplido su trayecto de silencio, nos había mostrado por qué era tan importante para ella ser una niña silenciosa totalmente, sabía tomar las palabras y nunca soltarlas, en definitiva había ganado su dije. Su abuelo soltó el llanto, un llanto lleno de felicidad y orgullo, sabía que tenía la razón Elena era la niña del silencio, el silencio de más ruido en todos los tiempos.

Yo dirigí mis brazos levemente a los de Elena y nos abrazamos convirtiéndonos en una, ella era yo y yo era ella, quizá se sientan enloquecidos pero ella era yo, yo era ella, repito y repito con entusiasmo que esta es la historia de Elena, la niña del silencio con más ruido que existió, nunca tendrán idea en qué idioma comprenden esto, en qué mundo o si este es un mundo o si hablan los entes o si habla Elena, o si hablo yo, o si habla mi padre, o el padre de Elena o si mi abuelo me enseñó idiomas secretos o me dio un dije, o si existo, o si existí o existiré.

Shirley Romero

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