sábado, 2 de marzo de 2013



Clarisa

Caminaba desconsolada una niña entre los arbustos, cercanos al volcán de mi pueblo, llorosa, despeinada, calladita, mirando hacia el suelo sin mucho qué pensar, quizá, pensaba yo, si más bien podría estar pensando en lo más profundo que su mente podía rasgar. No eran más que vestiduras desteñidas, esta niña, entrando en un trance de joven, con un blusón rosa, casi blanco, bailoteaba entre pasos buscando como no empapar más sus piececillos por tantas tormentas al momento. No solo las de su instinto sino las naturales.

Yo tenía ovejas, tenía un pastizal, jazmines, nubes y hasta otoños,  ella se paseaba entre las mangas y cuello de mis jardines y recuerdos, le acariciaba los cuernecillos a un cabrito que tenía en el lado izquierdo, alimentándose de las mieles más suculentas de mis abejas. Ponzoñosas amigas de Clarisa, la niña de los rizos más desnivelados que conocía, una frágil jovencita sordomuda que me había enseñado a soñar con tan solo cerrar los ojos. Esos rizos le colgaban entre esas mejillas pastel que tanto me hacían desear ser madre, vestir a mi niña con los colores más suaves y delicados del mundo. Ella tan solo saltaba entre arbustos, nubes, jazmines, esa niña era mi niña o por lo menos la de mis sueños.

Vestía siempre igual, cada día llegaba a la misma hora, con el mismo peinado indeciso, ojos dormilones, labios delgados, como dos hojas de mar y esa nariz perfectamente forjada por el mejor de los menestrales. Ese día, simplemente, ese día mi corazón se hizo pedazos, mis lágrimas se volvían gotas desgarradoras de sangre, desvinculándome de todo movimiento me senté, también, bajo la lluvia simplemente a verle pasar, verle acariciarle los cuernecillos al cabrito, intentar oler los jazmines de mi tierra, rebotar entre arbustos jugueteando, triste, ese día llorosa, con el blusón empapando sus zapatillas de ballet, los rizos alargados de tanto frío, tanta soledad y silencio, tantos mares no vistos, tanto llanto entre su más oscura habitación, su instinto a dolor, alegría, fuego, cielo, no lo sabía, nada decía, nada escuchaba, le era pecado intentarlo, así lo había destinado la casualidad.

Corrí entre mis lágrimas, la tomé por el brazo levemente, bajo la lluvia más desnuda que había presenciado, tomé sus manos y cerré mis ojos tal como la miraba hacerlo, ella también lo hizo y se dejó llevar por el trémulo más grande de su corazón y del bolsillo de su blusón sacó un papelillo amarillento, viejo, de agua y sol, amante de las sales de los volcanes, de sus blusones, de sus secretos, lo puso en mis manos, llorando, corrimos hasta la casetilla que resguardaba de la lluvia a las ovejas, lo abrí, un tanto roto, o mucho donde desfiguradamente comprendía las palabras que más me habrían llenado el alma, Clarisa lo había entendido, era mi niña, la niña de mis sueños, mi hija, mi sol. La nota decía lo que más me importaba y lo que más deseaban mis jardines y pese a las lágrimas por sus lágrimas comprendí que eran de paz, ella solo me escribió: “Si yo fuera de un lugar tendría que ser de aquí” y pude descansar en paz.

Shirley Romero
Dedicada e inspirada en “Barrio de los jazmines” Malpaís.

miércoles, 20 de febrero de 2013



Elena


Elena miraba de lado al perro que su abuelo tenía en las afueras de su corredor. Pensaba y casi sonreía mientras yo, por los grandes ventanales, le daba las explicaciones a su abuelo. Ya cumplía siete años y no lograba decir palabra. Por la imprudencia de su padre, un hombre algo viejo, de ceño fruncido, nariz alemana y labios delgadas, la niña nunca más volvió a hablar, le había contado la historia más increíble del mundo, ella solo creía en un sol, unas que otras miradas y el total silencio que la embargaba, yo sin saberlo ni necesitarlo le estaba brindando técnicas de escritura secreta ya que era lo único que tenía planeado hacer.

Con gran temor, con gran placer y gran orgullo por el silencio de Elena, le sonreía y casi le hablaba con mis ojos y ella con los suyos, dos grandes pompas de burbuja, grises como el anochecer de la montaña más empinada y espesa que ha existido. Fue aprendiendo, casi sin obligarla, a sonreírme sin que le pidiera entender la clave Morse que mi abuelo  me había enseñado, claro, yo tenía mis silencios, mis secretos, mis miradas, solo Elena tenía idea que compartíamos la misma historia, la exacta comedia más dolorosa que un hombre puede contarle a su hija.

Pasaba por nuestras faldas febrero, ella, Elena, lograba descifrarme la alegría de mis años en los febreros de mi vida, éramos como una misma con mentes diferentes, corazones iguales, miradas enteras y es que nadie conoce el total por qué de las cosas pero el que lo va conociendo es feliz, nosotras lográbamos ir sintiéndolo más que saberlo y eso nos hacía sonreír sin necesitar palabras.

Elena no tenía hermanos, era tan sola como yo, su madre tuvo que viajar a Heidelberg, uno de los lugares más hermosos de Alemania, a visitar a su padre que estaba falleciendo y participó, lamentablemente en un fuerte accidente en tren mientras regresaba, ella falleció, Elena no se detuvo a sentir dolores, ella solo quería saber más para continuar con un silencio tan hermoso como su mirar y recordaba esos momentos al verla, yo, fijamente juguetear en su mirar con el perro de su abuelo, Uli, el perro del abuelo, pasaba horas para cantarle con sus ladridos al alba, Elena se sentaba simplemente a acompañarlo, recordando el Norte de la historia que su padre le contó, recordando las letras secretas que yo le había estado enseñando y recordando que debía seguir al lado de su abuelo.

Siegmund, el abuelo de Elena, padre del padre de ella, le había otorgado un dije que habían conservado todas las generaciones de su familia, aguardó al dársela al padre de Elena, Hans, debido a quedar prendido de no esperar para dárselo a su nieta por ser una niña con una mente especial. Esa era la razón por la cual me reuní con su abuelo, debía darle las explicaciones de cómo debía conversar con Elena para que no perdiera el hilo de la conversación, además decidimos prepararle una cena en la cual se guardaría total silencio para mostrarle nuestra gratitud y admiración por su fuerza y decisión de conservar el silencio total a lo largo de su vida, yo, además de haberme preparado un tanto con mi abuelo en idiomas secretos era costurera así que le confeccioné un vestido blanco, simple, con pequeños coloretes verdes.

Elena se probó su vestido, se estacionó, nuevamente, al lado de Uli, espero la noche a como esperaban las madrugadas y tornó paso a la mesa para tomar la cena, un panecillo, un trozo de carne, unas rebanadas de berenjena, dos de zanahoria y un trozo de queso italiano acompañaban su plato mientras se sentía la niña más feliz del mundo, había cumplido su trayecto de silencio, nos había mostrado por qué era tan importante para ella ser una niña silenciosa totalmente, sabía tomar las palabras y nunca soltarlas, en definitiva había ganado su dije. Su abuelo soltó el llanto, un llanto lleno de felicidad y orgullo, sabía que tenía la razón Elena era la niña del silencio, el silencio de más ruido en todos los tiempos.

Yo dirigí mis brazos levemente a los de Elena y nos abrazamos convirtiéndonos en una, ella era yo y yo era ella, quizá se sientan enloquecidos pero ella era yo, yo era ella, repito y repito con entusiasmo que esta es la historia de Elena, la niña del silencio con más ruido que existió, nunca tendrán idea en qué idioma comprenden esto, en qué mundo o si este es un mundo o si hablan los entes o si habla Elena, o si hablo yo, o si habla mi padre, o el padre de Elena o si mi abuelo me enseñó idiomas secretos o me dio un dije, o si existo, o si existí o existiré.

Shirley Romero



Y he comprendido

Bajo la luz de un enamoramiento,
he comprendido,

bajo el sereno silencio
del mar de los cielos,

he comprendido.

Todo lo infinito
de tu sien,

del desdén
de las miradas,

del andar de tus andares,
de la piel aún reseca,

hueles a mí,
sientes mi mirar,

fijas tu adoración
en esto infinito,

en este universo
y he comprendido.

Shirley Romero

martes, 25 de septiembre de 2012


Rondan

He visto la luz
de los ojos del universo.
He visto el párpado
de la montaña que nutre
los poros de tu silenciar.

He roto el cristal del agua,
nítida, perfecta, llena de lunas.
Las copas de mis árboles
rondan en tus secretos
y silban mientras reposan

en tus manos de maestro,
en tu piel de guerra y luz.
Vas con tu caballo, galopante,
sereno, lleno de tu andar,
lleno de tus memorias.

Y te siento desde las grises
montañas de tu pierna,
de tu espalda, tu mirar,
el callar rotundo de las tardes
sin sollozos.

Me das alegría y mi piel
vuela cada segundo
al llenarme de tu cielo,
porque he visto la luz
del universo.

Shirley Romero

viernes, 10 de agosto de 2012


Mirada egipcia


“No de la manera  en que los entendemos.” (Las Valkirias, Paulo Cohelo.)

Iba entre arenas,
arenas egipcias,
llenas de ojos,
llenas de mí.

Tu alma tocaba mis pies,
tragando las agujas del calor,
ibas en mi espalda, encorvado,
haciéndome apostar por tu sien.

Los caballos relampagueaban
tu verdad, mi verdad,
la nuestra, del mundo,
de vivir el sueño de todo ente,

todo aire atrapador,
toda piel intocable,
todo cielo en carne viva,
en huesos ventosos.

Van las Valkirias
una noche más,
en tu mirar,
en mi amar.

Shirley Romero

martes, 31 de julio de 2012

Rito a la nueva luz



Cae la oscuridad en la luz,
el hombre da tres pasos,
muere, descansa, se deja llevar.

 Un hombre de hueso
zumba sus pies en la puerta,
la piedra no se corre, vive.

Un retumbo nace en la sien de mi hombre,
mi maestro,
mi seguidor,

 ¿qué pasa ahora?
Caen las lunas en este año,
caen inviernos, caen veranos.

Lo bueno atándose de la mano a lo malo,
a lo oscuro, lo claro,
lo iluminado en muerte de paz.

Van cien días, está de nuevo
el gran hombre reñido con un profano
de la luz solar del universo mismo. 

Caen las tres del atardecer,
caen tus pies, mis manos,
cae el grande,

nacen los huesos
del hombre,
nace su carne disgregada.

 Vamos juntos, ustedes,
hermanos, yo he de seguirlos,
de cuando en vez.

Ya va la luz tocando el olimpo,
el hombre con la última esfera
en su cuerpo imperfecto. 

Sigamos cantando, faltan muertes,
faltan vidas, faltan puertas
que abrir, cerrar.

Noche de luz, luz tragando
oscuridades remotas,
de hoy, de ayer, de toda la vida.

Shirley Romero

sábado, 3 de marzo de 2012

Por las noctilucas


Voy marchando de espaldas,
hace tanto que no escribo,
recordame.

Va la hoja que lleva
tu aire,
tu firma, tus puntos.

Dejas tu rastro,
no hay dudas, ya lo sabemos,
ya lo vivimos.

No temo a cantarle
a un moro judio,
soy una hermana de tu aire,

tu silencio,
tus noctilucas,
tus escondites de tres en tres.

Ya va tocando
la ventana un hombre de negro,
no asusta mi paso, si su rugido.

Encuentro en su cuerpo
una carcel de lunares,
mil espacios en blanco.

Va tu fotografia
colgando de mi cuello,
uno mas, un silencio.

Dejame, Drexler, dejame,
hace tanto que no escribo
y hoy insisto en seguirlo haciendo.

Shirley Romero